No necesito que nadie me describa como son sus ojos. Nadie los conoce mejor que yo. Que nadie me diga cómo se desenvuelve del mundo, ni como se balancea sobre las cuerdas del camino cuando le atrapan problemas, si no sufren con él. Tampoco espero que nadie me diga cómo se comporta cuando tiene un mal día, o le sale algo mal. Ni qué canción canta cuando se siente feliz. No me hace falta conocer a quienes lo conocen, para saber sus manías. No hace falta que me cuenten con qué humor se acuesta, si conozco la sonrisa con la que se levanta. No necesito que me digan que perfume usa los fines de semana, si todos los días deja su olor en mis sábanas. No es necesario que me digan lo bueno que es escribiendo poemas, sino se los ha recitado susurradamente en sus oídos. Ni que me avisen donde están los sitios con los que sueña, aquellos que si no existen, yo misma los fabricaré. Yo soy la que sabe, que después de tener un día malo, es feliz treinta. Que camina por la vida con la seguridad como si estrenase casi todos los días zapatos nuevos. De qué color se ponen sus ojos cuando se acerca al mar, y la profundidad del hoyito que se le forma cuando recibe buenas noticias. Además, a cuántas pulsaciones llega su corazón cuando se pone nervioso. Vale. Que sí. Que puede que tenga a su alrededor a personas que le conozcan desde más tiempo que yo. Pero estoy segura, que no le conocen mejor.
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